No vivir


Ikinai (en hiragana se escribe いきない) fue dirigida por Hiroshi Shimizu, asistente de Takeshi Kitano, y es protagonizada por Dankan, un actor que figura en muchas cintas de Kitano. Es una película hermosa, con algunos errores espléndidos y otros perdonables. La vi durante una madrugada, no recuerdo si en el canal I-Sat o en Chilevisión.

Comienza con una noticia publicada en distintos diarios: en la carretera hacia Okinawa hay una curva mal construida por la cual se han desbarrancado dos buses llenos de pasajeros. Debido a esta negligencia, el gobierno determinó pagar una indemnización altísima a los parientes de los fallecidos. Finalizada la noticia, aparece en pantalla un kanji que en los subtítulos es traducido como no vivir. Enseguida vemos a un hombre acomodado en un escritorio, un Dankan vestido con un traje oscuro con las mangas demasiado largas. Le cuenta a una mujer sus planes de organizar un tour que se llamará Atardecer en Okinawa. Va a ser, le explica, un tour de suicidas, para así cobrar la póliza de seguro y, no se sabe cómo -eso se pregunta el espectador-, recluta a otros nueve hombres deseosos de morir para arreglar sus deudas. Una mañana, todos los suicidas se reúnen todos en el bus, listos para partir. Antes de comenzar todo, pasan lista. Falta uno, y lo esperan hasta que, cuando ya casi parten, oyen unos golpes en la puerta. Es Mitsuki, la sobrina del hombre a quien esperaban, el cual había muerto hace unos días. “Y como encontré el pasaje ahí, sobre su mesa de noche, y nadie lo iba a ocupar, decidí usarlo”, les explica. Los suicidas se quedan confundidos. No saben qué decirle para negarse a viajar con ella. Al final, empujados por el organizador del tour, ceden. Que una inocente muera con ellos les dará credibilidad una vez que las compañías de seguros investiguen el accidente. Es en este punto donde radica el conflicto de la película. Unos quieren dejarla vivir y abandonarla en la carretera; otros prefieren que muera. Parten su viajen como una tropa taciturna y acaban absurda e intensamente humanizados. Un pasajero compra un billete de lotería; otro pasajero decide dejar de fumar; otro se dedica a tomar fotografías como si fuera a revelarlas; otro aprende ese juego de hacer y deshacer figuras hechas con lanas. Dan paseos por hoteles, ante todo porque tienen que lograr que los demás los vean como turistas normales, y su viaje sigue. Algunos, de tanto fingir felicidad, porque fingirla es parte de su plan, comienzan a recuperar las ganas de vivir y se llenan de dudas. Entre esas inquietudes está el encanto de este film de carretera, que no se queda en eso y es también un ensayo y ejercicio de apreciación de la vida confrontada con la muerte, cruce de seriedad y comedia. “¿Sabes lo que es solamente existir?”, le pregunta uno de los personajes a otros.


Ikinai tuvo poca fortuna. Su director, Shimizu, desde este lado del planeta y de Google parece condenado al olvido. Cuando uno ingresa su nombre en el motor de búsqueda, todos los resultados apuntan a otro director de cine con el mismo nombre, mucho más famoso, un clásico que fue amigo de Ozu. Ha quedado sepultado entre la fama de otro. Es más, de su película hay unas pocas reseñas escuetas y dos o tres críticas en inglés. Quizá, me temo, no es tan buena. Quizá al revisarla me parezca blanda y plagada de errores. He intentado descargarla, pero los enlaces que he encontrado ya no funcionan. Hablo de Ikinai porque, por lo visto, nadie parece muy entusiasmado por ella. La he comentado a repetidos amigos y repetidamente me contestaron que no la vieron o no me creyeron que existiera. Con esos relatos es probable que haya modificado lo que recuerdo de la película. Tenía escenas que ya no sé si las soñé, como ciertos pasajes oníricos y, sobre todo, su banda sonora con música andina, cargada a los charangos y zampoñas. Con el tiempo se ha convertido para mí en un poema extraño. Su final no lo recuerdo en absoluto. La vi medio dormido, y ahora se parece más a un sueño. Un sueño sobre una suerte de seppuku tranquilo, ceremonial, aunque no exento de un humor que, hay que reconocerlo, recuerda a Kitano. Una poética estoica, reposada, elegíaca pero al mismo tiempo leve. Un paseo delicadamente cruel y sin embargo -sé que suena raro- sin malicia.

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