Cursos de agua
1. Mira los árboles y los caminos, le digo a Karina. Fíjate, sobre todo, en los canales que la gente ha hecho a partir del modesto río. Estamos en el pueblo de Larmahue, en la sexta región. Fíjate, por favor, en esos aparatos, mezcla de noria y de remolino. Se llaman azudas, palabra con cierta resonancia japonesa. Algunos sirven para regar cultivos, pero en su mayoría, a causa del último terremoto, ya no hacen nada aparte de adornar. Tal vez rezan, imagino, porque me hacen recordar esos artefactos tibetanos que hacen girar un texto devoto y se llaman máquinas de rezar, y que los hay hidráulicos, eólicos y, recientemente, digitales. Hay un aire de familia entre ese extraño y práctico rezar sin rezar que se eleva ad infinitum y la poética del agua.
2. Algo hay en el agua, y es un poco confuso. Ese algo aparece en la escena de Hamlet donde el príncipe retorna a Dinamarca, llega al cementerio y se encuentra con la tumba y el cráneo de Yorick, el bufón de la corte de sus años de infancia, aquel “fellow of infinite jest”. Le pregunta al sepulturero cómo es que un cuerpo se pudre tan rápido y éste le contesta que se debe al agua, que en pocos años lo corroe. Ese algo también aparece en Tsai Ming-Liang, en sus películas tan llenas de líquidos, desde la lluvia sin fin que cae en El agujero a la sequía que es el paisaje de El sabor de la sandía. Y también veo ese algo en la obra de los poetas argentinos Juan L. Ortíz y Martín Rodríguez (sus títulos, bellos, casi resumen todo: El agua y la noche, Vapor, Agua negra, Natatorio), tal como en los poemarios de Carlos Cociña.
3. La principal metáfora alusiva al agua es, quién lo duda, la de Heráclito. Desde allí que agua y tiempo, para nosotros, siguen sus cursos en ríos paralelos. El agua es un doble del tiempo. Un doble de belleza, diría Joseph Brodsky.
4. “No comprendo la continuidad/ de las partículas de agua,/ no comprendo su acción,/ su recorrido/ no comprendo la imagen de este espejo,/ no comprendo la realidad/ en el reflejo de mi rostro”. Son versos de Ximena Rivera, parte de sus Poemas de agua.
5. Suelo pensar que otro doble del agua es el deseo. O mejor dicho, que el agua puede metaforizar muy bien lo que sería el deseo. Agua helada. Agua hirviendo. El deseo hirviendo como agua. Un grifo roto y niños bañándose en ese torrente en los días del verano. Un charco de agua en declive. Un techo goteando. El mar nocturno, una metáfora del horror vacui. Una llave que despide agua podrida. Una lavadora que moja todo el baño. Una laguna que espejea el cielo. Un río congelado.
6. La orina, el semen, la sangre, la saliva, el sudor y otros líquidos del cuerpo. Y todas sus mezclas.
7. Se hizo de noche y, entre la oscuridad, salimos a comprar. Aquí casi no hay alumbrado público, sólo la luz de la luna. Fumando, vuelvo a mirar las azudas, que ahora son unas sombras que agitan los reflejos del agua. Pienso en la supuesta bella muerte que tuvo el poeta Li Po. Borracho y confiado de que abrazaría a la luna, se arrojó al reflejo de esta sobre el lecho del río Yangtsé.
8. Pienso también, por contrapartida, en la muerte del poeta John Berryman. Se arrojó desde un puente al río Temperance sin saber que estaba congelado. Sobre una capa de hielo que traslucía el lecho del río quedó, destruido, su cuerpo.
9. “En el agua no se lee, en el agua se escribe”, escribió Martín Rodríguez en Paniagua. Sobre el agua no hay nada que explicar.
(imagen: Ma Yuan, del Album de agua)