Rubén Jacob, ese poeta misterioso
Sé, por medio de la primera edición de su The Boston Evening Transcript y por un par de artículos, los únicos que he hallado sobre él, que ha optado por cierta automarginación, pero que aún así es reconocido por sus pares poetas. Sé que el también autor de Llave de sol es abogado, experto en poesía inglesa y un viajero sedentario afincado durante más de cuarenta años en Quilpué, dedicado, como indica la contratapa del Boston, al "noble oficio de leer". Al leerlo, se desprende que es un lector y un melómano . Aparte de estas pinceladas, todavía vagas como para dimensionarlo, no sé más de Rubén Jacob.
Tres o cuatro años atrás, mi amigo Felipe González Alfonso me dio a conocer a Jacob. Aparte de convertirme en un fascinado por su lectura, averigüé los escasos datos recién reseñados y, esa falta de información, sumada al velo de extrañeza que gira alrededor de su The Boston Evening Transcript, hizo que, desde entonces pensara mucho en él. Un poeta sombra, que parece haber hecho suyo como lema el precepto de Borges -a quien él mismo tributa- que reza que "somos los libros que nos hacen mejores", y que edifica su yo con sus lecturas. Porque así como el Boston, Jacob mismo resulta misterioso. No ofrece ningún retazo de su intimidad, y si lo hace, lo hace tan solapadamente que no lo advertimos. Se diría que lo hace casi con pudor, como en un pasaje del poema en que se topa con sus padres. Al menos las pocas insinuaciones que hace sobre su vida las fui descubriendo en la medida que lo releía. A primeras, es difícil imaginarlo en alguna otra cosa distinta a la lectura. A primeras, el Jacob que uno se imagina parece un Frankenstein, construido con pedazos de los personajes literarios e históricos que se pasean por el Boston: pedazos de Amiel, de Eliot, de Nicomedes Guzmán, de los héroes de la batalla de La Concepción, de los jugadores de la selección uruguaya de fútbol que derrotó a Brasil en la final del mundial del 50 (la gesta del "Maracanazo"), de La Rochefoucauld, de Kant, de los personajes de Beckett, de Jarry.
Escrito en 1993, dato irrelevante para una obra que busca eludir a la historia entendida como temporalidad lineal, que discurre en un tiempo fantasma, The Boston Evening Transcript está estructurado como una obra musical, a partir de veinticuatro variaciones del poema de T.S. Eliot que le da el nombre al libro (aparece en Prufrock y otras observaciones), y una coda basada en El Aleph de Borges, a modo de grand finale. La parte inicial del libro consiste en el deambular de un narrador a través de un poema, el de Eliot, el cual es reescrito varias veces por este narrador, acaso Jacob mismo. Y el poema, un poco a la manera del verso de Vallejo aquel sobre "el traje que vestí mañana", queda convertido en esa calle irreal y sin tiempo donde no hay antes ni después. Y esa calle se muestra como el aleph borgiano, esto es, como un portal mediante el cual Jacob, llevando bajo el brazo el mismo vespertino que Eliot en su poema, transita y se cruza con sus fantasmas, en su mayoría escritores. El poema, si se quiere, es comparable con el periplo que describe Bolaño en Un paseo por la literatura, aunque mucho más elaborado.
He visto sólo una fotografía suya, y no desmerece la imagen que uno se forma con sus lecturas: la de un hombre de unos sesenta años, de barba, con anteojos de marco grueso y un traje oscuro cuyo corte, sumado a que la fotografía es en blanco y negro, refuerza el aire de atemporalidad de su personaje. Una vez, incluso, creí reconocerlo cerca del edificio de tribunales en la calle Tomás Ramos, en Valparaíso. Pero preferí no hablarle. "Hay metáforas que son más reales que la gente que vive en la calle", dijo Pessoa. Me quedé con el Jacob de los libros; aunque tampoco mentiría si dijera que no me atreví a acercarme.
Finaliza el carnaval, un carnaval más bien taciturno, que quizá se llamaría La decadencia de Occidente, igual que el libro de Spengler, que Jacob también parafrasea, y se clausura con la coda de El Aleph. Y es entonces, al asumir la conexión Borges-Eliot, cuando esos paseos por los recovecos de la historia de lo que pudo haber sido toman mayor coherencia y fuerza. Incluso podríamos elaborar algunas hipótesis: como la del escritor que se quedó dormido leyendo a Eliot; o la de un Jacob que ha descubierto su propio aleph entre los versos del mismo poema. Podríamos continuar con otras, como la sospecha, algo delirante, de que el Boston es un puzzle con pistas para descifrar a Jacob, una especie de autobiografía inconsciente. Aunque lo cierto es que estamos ante un libro de poesía del homenaje, del tributo. Y esto podría hacer que varios se inclinen por opinar que se trata de una apuesta menor -cosa que bajo cierta luz es cierta, para qué negarlo-, ese uso de la literatura como velo o máscara. Pero más cierto es que un gran libro, de esos que reafirman en uno el cariño por la literatura, de poesía alta y pulcra, de un autor poseedor de un manejo encomiable de su arte.
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