Una historia que contar: sobre 18.314, de Hernán Bravo



En el documental Bolaño cercano, Vila-Matas cuenta que el escritor chileno afirmaba que era beneficioso leer obras de autores sin experiencia, amateurs. Daba igual si escribían mal: a diferencia de muchos literatos, suelen tener algo que decir, su propia historia. Alucinando, el español vio en esa idea una lección de lectura. Aunque, es claro, solamente servía para escritores como Bolaño, quien tenía mucho de vitalista y, en busca de materiales para trabajar, podía ingeniarse formas un tanto retorcidas para disfrutar libros así. 

18.314, el debut literario de Hernán Bravo corresponde a ese género, el de un hombre contando su historia. Su título viene de la cifra que da nombre a la ley antiterrorista promulgada durante la dictadura. Bajo esa ley, Bravo fue condenado y recluido en los penales de San Miguel, Santiago Sur y Playa Ancha. Ese periplo es el que registra este “anecdotario”, como él mismo clasifica a su libro. Son viñetas con historias de aquellas que suelen llamarse de humanidad, sobre la amistad y los sueños, todo filtrado por una ética muy hippie (Bravo constantemente se define como tal) y a la vez muy raro para un libro sobre la cárcel, porque el de este autor es en apariencia un cautiverio feliz. Al contar esos años no se muestra resentido ni culposo. Impregna con cierto aire de normalidad a experiencias que son fuertes, o que comúnmente son consideradas de esa manera, lo cual en algunos casos se agradece y en otros parece necesitado de un mínimo examen de conciencia. Prueba de lo último es que a sus compañeros presos políticos los llame “las más jóvenes y hermosas personas, llenas de sueños para hacerlos al tiro”. Quien espere una denuncia sobre violencia o injusticias sociales no las hallará. 

El libro tiene una partida desconcertante. Su contratapa anuncia una narración sobre la experiencia carcelaria y sólo se leen en él anécdotas sobre la infancia del autor. Cuesta entender hacia donde se dirigen. Y más desconcertante aún es cuando, alrededor de la página treinta, comienza lo prometido. De una viñeta a otra, alrededor de la página treinta, su infancia se borra de un paraguazo y aparece un adulto, miembro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez para sorpresa nuestra, y el atentado a Pinochet ya ha sucedido, para colmo. ¿Cómo llegó todo hasta ahí? ¿Qué lo motivó a militar? Responder estas dudas pudo ser el punto de partida más lógico, pero nada de eso nos cuenta el narrador. Otro pasaje bastante raro es el relato del asalto a un banco que es narrado casi totalmente al revés a como el sentido común lo dictaría: parte diciendo quienes murieron y acaba describiendo cómo planificaron el atraco. Como sea, estamos ante un libro que comienza mal y después mejora. Cuando la vida carcelaria enmarca todo, ahí sí las viñetas adquieren otro relieve, como si Bravo mejorara sus habilidades sobre la marcha. Esas viñetas tienen gracia, están mejor estructuradas y dan la impresión de haber sido antes ensayadas como relatos orales. En estas se aprecia uno de los mayores méritos del anecdotario, un tono con mucho de coa mezclado sin inhibiciones con otras frases de línea literaria, que funciona muy bien, se deja leer con naturalidad. 

Párrafo aparte merecen las erratas. Citaré la peor. Sin ningún afán irónico, el narrador atribuye a “Hess”, y no a Hesse, El anticristo de Nietzsche: "Galaz era fascista completamente. Y estaba loco también. Amó, desde que el guatón Jano se lo regaló, el libro El Anticristo, de Hess". Si hay alguien responsable de esto es, me parece, la también debutante editorial Mar de Gente. Hay otras erratas, pero no así de tremendas. Sin embargo, cuesta creer que si alguien realizó una edición, aunque sea mínima, no haya detectado por lo menos una de estas erratas o de los desordenes en las narración antes mencionados. Esa dejadez en la escritura y la edición logra que uno califique sin dudarlo a 18.314 como trabajo amateur. Pero no es tan sencillo, queda otra impresión; los libros de personas que simplemente cuentan su historia a veces generan ciertos titubeos a la hora de revisarlos. ¿Hasta qué punto uno, como lector, está deformado por la literatura, por sus artificios o por su propia mezcla ideológica, para no poder disfrutar una historia sencilla? ¿No será un poco canalla tildar de malogrado un intento que no apunta a la literatura, sino a compartir una experiencia? El problema es que estos titubeos debieron presentarse en la editorial Mar de Gente. En efecto, Hernán Bravo tenía una historia interesante para contar. Pero no recibió la menor ayuda, aparentemente, para corregir muchos de sus ripios. Tal vez tuvieron demasiado respeto por la realidad, o más bien por la forma en que Bravo dice haberla experimentado, y si fuera así me parece un poco retorcido, a la manera del gusto de Bolaño por esa clase de libros, si acaso lo suyo no era una boutade. Lo que sin mayor reflexión enviaron a imprenta parece un bosquejo, un libro con potencial, pero abandonado antes de tiempo.



(imagen: Ex-cárcel de Valparaíso, Nelson Muñoz Mera)

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